El gran Águila Negra se reposa sobre la colina, las columnas de hombres apiladas como piezas de dominó, perfectamente simétricas e indiferenciables unas de otras. Su furibunda bravura proveniente de sus monstruosos ancestros, su gloriosa muestra de fuerza frente al enemigo mostraba quien tendria la victoria en el campo de batalla.
Hombres divididos en forma de fuerte muralla inamovible, defendiendo su colina, esperan con fervor la victoria de la batalla o la honrosa muerte por su nación, por la tierra que los vio crecer, por el Águila Negra.
Bajo la colina se escuchaba un gran estruendo, los pasos de miles y miles de hombres siguiendo a un caballo, en sus estandartes se podía denotar un Águila Dorada de dos cabezas, un águila bendecida por los Dioses y bastos territorios que lograron tomar en cientos de gloriasas batallas. Sin parar su marche, ante el oscuro cielo dominado por sus enemigos, preparados para la lucha cara a cara de las dos águilas.
La rivalidad de los hermanos los lleva a luchar por su vida y por la gloria de su nación, sólo uno vivirá al final del día, sólo un águila puede conquistar el cielo…
Desde la tierra se podían ver las brillantes plumas negras, en la colina, vivos rojos y blancos resaltaban en sus ropajes remarcando una cruz negra en su pecho, el Águila, dios de la guerra presentaba una sólida infantería dispuesta como sólidas columnas que sosteniendo el cielo comenzaban su marcha colina abajo enfrentando la cara de la blanca muerte.
El águila de dos cabezas se encontraba de punta en blanco, sin una sola mancha en sus blancas plumas, acompañados por soldados con un resplandor dorado, con ropajes entre negros y azules, estos pocos hombres que venían en nombre de la gigantesca hidra, niños que por primera vez se enfrentan a la muerte, terror puede verse en sus ojos, terror, temor, cobardía, sus vidas ya yacían sin valor en el campo de batalla antes de que incluso esta comience.
Una de las cabezas del Águila tomo el frente y se paró ante sus hombres, quienes lo miraron con un respeto descomunal, su figura irradiaba grandeza y respeto, sus cicatrices de cientos de batallas ante los infieles le habían dado la gloria que el Águila de dos cabezas merecía, pero este Águila se veía opacada por su hermana de plumajes negros, que había aceptado a los infieles bárbaros entre sus filas, que se había alimentado de sus pequeños hermanos para crecer en la grandiosa y temible Águila Negra que era.
Las palabras de aquel Rey logró que incluso los corazones vacilantes de los niños se convirtieran en fuertes fieras para la batalla, dispuestas a morir para deshacerse de los bárbaros que atacan sus tierras y que van en contra de los deseos de la Hidra.
El ejército negro se detuvo manteniendo aun su posición en la colina, su perfecta, hermosa y asombrante sincronía y simetría sorprendían a los hombres que desde abajo los veían, no los superaban en numero y sus armaduras no eran las mejores, pero aun así su maniobrabilidad sorprendía a los que jamás había visto tal disciplina militar.
Un silencio ensordecedor llenó el campo de batalla, hasta que una carcajada se escuchó en el eco de la colina. Era ni más, ni menos, el Rey Sargento, quien había domado a la salvaje Águila Negra, soldado de miles de batallas frente a sus hombres, bajo la bandera negra que ondeante asusta a sus enemigos.
Ambos Reyes de reyes, se miran detenidamente una a otro, sus ejércitos ya desplegados estaban listos para luchar, listos para bailar en un campo de sangre hasta que sólo una bandera quede en pie sobre la otra.
El primero en dar un primer paso es el Águila Negra, tras una seña del Rey Sargento, el Águila despliega sus alas y lanza sus plumas que ennegrecen el cielo, miles de flechas negras caen sobre el enemigo, los primeros cuerpos caen al suelo, las blancas plumas comienzan a teñirse de un rojo escarlata. El Águila de dos cabezas le señala a sus generales que adelanten a la infantería para chocar al enemigo y así detener la lluvia de plumas. Lo que el jamás se esperó es que el Rey Sargento se le adelantara y enviara a sus ballesteros entre las hendiduras formadas por las columnas de infantería que, poco a poco, comenzaron a girar para formar una barrera. Tras recibir muchas bajas después del primer embate, ambas infanterías chocaron cuerpo a cuerpo, las espadas chocaban en una danza de sangre, las plumas blancas del Águila de Dos Cabezas caían una a una. El Rey Sargento se regodeaba en su victoria, hasta que en cuestión de minutos uno de sus espías le informó del movimiento de la Hidra, que aprovechando el deseo del Águila Negra por sangre, se escabulló hacia el este tomando una posición en la colina en la que podrían tirar abajo las columnas perfectamente armadas. El Rey Sargento quien ya se encontraba en desventaja numérica ahora sintió el miedo de una inminente humillación a sus tropas.
En un movimiento desesperado tomó a sus arqueros y los posicionó frente a la infantería de niños, una batalla en la que ninguno tenía una verdadera ventaja, ninguno era más que otro. De un lado niños soldados con pesadas armaduras que respondían a la Hidra en apoyo del Águila de Dos Cabezas. Del otro un grupo de 3000 arqueros con espadas ligeras sin filo pero con tantas muertes como hombres en batalla.
Los bravos compatriotas luchaban con un mismo objetivo, la supremacía, la supervivencia y la gloria de sus Naciones. Al caer el atardecer ambas Águilas seguían en la encarnizada lucha, pero el Águila de Dos Cabezas bañada en su propia sangre comenzaba a agonizar frente al Águila Negra que aún se mantenía en pie…
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